En febrero de 2005, Martín Salazar, con 18 años, se había recibido de la Secundaria en la Politécnica y ya tenía preparado un departamento en Buenos Aires para irse a estudiar una carrera universitaria. Pero sus sueños se vieron truncados cuando el auto que conducía chocó contra un poste de luz tras sufrir un ACV. Su vida corrió peligro y estuvo meses en coma pero el esfuerzo de los médicos que lo atendieron en el Hospital Italiano y el amor de su familia lo sacaron adelante. Tuvo que volver a aprender a comer y caminar. Hoy asegura que su lucha es diaria y que les debe su vida a sus padres.

Martín tuvo una infancia y una adolescencia tranquila, entre el deporte y el estudio. Desde chico practicaba esquí en el Club Andino Esquel, aunque en diálogo con La Portada recuerda con una sonrisa que nunca fue “bueno” y que se quebró tres veces. También fue un apasionado por los fierros, corrió en kartings y hasta llegó a conducir un programa de automovilismo en el canal local. Pero hoy, después del ACV, asegura que ya no tiene interés por ese deporte aunque cuenta que lo único que no olvidó fue manejar.

Con 18 años, y toda una vida por delante, Martín se egresaba de la Escuela Secundaria Politécnica y proyectaba estudiar Ingeniería Industrial en Buenos Aires donde viviría con su hermana en un departamento. Pero en febrero de 2005, cuando se encontraba festejando el cumpleaños de un amigo en una chacra afuera de la ciudad, tuvo que salir con un amigo a socorrer a otro que se había quedado sin nafta y en el camino sufrió un Accidente Cerebro Vascular (ACV) que lo hizo chocar contra un poste de luz. Iban sin los cinturones puestos y Martín cree que de haberlo tenido podría haber sido más leve el impacto con el airbag. Su amigo sólo sufrió heridas leves, mientras que él tuvo que ser trasladado de urgencia al Hospital local donde ingresó en coma.

De acuerdo a lo que ha ido reconstruyendo a partir de los relatos de sus papás y amigos, Martín manifiesta que su madre sintió alivio al verlo y pensaba que estaba bien por no presentar daños físicos. En cambio su padre sabía que el panorama no era el mejor y que su hijo estaba muy mal. Por eso no cesó en sus intentos para que su hijo fuera trasladado al Hospital Italiano de Buenos Aires. Después de algunas idas y vueltas, lo logró y allá comenzó otra lucha. Fueron alrededor de cuarenta días en coma y varios meses más de rehabilitación y tratamientos costosos. Martín tuvo que aprender de nuevo a comer por sus propios medios y caminar. “Si apenas pasó todo me hubiesen llevado a Buenos Aires no tendría ni la mitad de las secuelas que hoy tengo”, asegura.

 

“Vivo gracias a mis papás”

El joven relata que durante sus días en estado de coma su papá fue anotando todo lo que iba transcurriendo en un cuaderno: sus mejoras, retrocesos y las visitas recibidas tanto de amigos como familiares. Sobre esto último Martín señala sin rencor que muchas personas que creía tener cerca no aparecieron y así es como cobra valor la frase de que en las buenas y en las malas se ven los verdaderos amigos. Pero eso no lo debilitó porque asegura que les debe todo a sus padres por haberlo ayudado en su recuperación como también a sus hermanas y abuelos. Recuerda que su padre le decía “Martín, vos podés” cuando lo ayudó a volver a caminar.

Uno de sus deseos era regresar a Esquel porque creía que todo sería como antes del ACV pero para esto primero debió cumplir con todos los ejercicios que los profesionales médicos de Buenos Aires le encomendaban. Una vez que volvió a la ciudad, comenzó a estudiar de nuevo la primaria y la secundaria con profesoras particulares. También aprendió a andar en bicicleta, realizó viajes a Brasil y Perú con sus hermanas y empezó a trabajar, primero lo hizo en la Municipalidad de Esquel y luego en el Banco del Chubut donde se encuentra en la actualidad. Asegura que su lucha es diaria por las secuelas con las que le toca convivir pero es un eterno agradecido por la ayuda recibida y espera que su historia de vida sirva de ejemplo a los demás.