A más de uno se le pianta un lagrimón, una mueca de tristeza. Durante casi 50 años fue el paso obligado de turistas interesados en alguna artesanía y la elección de vecinos con ganas de obsequiar libros representativos de la cultura patagónica. En septiembre Casa de Esquel cerró sus puertas, pero el recuerdo de este emblemático comercio quedará por siempre.
Abrió los ojos a fines de los sesenta, en una localidad completamente distinta a la que tenemos hoy. Quizá unos 6 mil habitantes. Al principio lo hizo como escuela dedicada a la formación turística pero de a poco se convirtió en el centro de libros, artesanías y objetos por excelencia de la ciudad. Eso fue Casa de Esquel, de don Roberto Müller.
Diario La Portada visitó a este hombre de 84 años declarado no hace mucho tiempo “Ciudadano Ejemplar” por el Honorable Concejo Deliberante. Cómo nació el negocio, la ayuda de vecinos, la participación y el agradecimiento al pueblo, todo en la entrevista que nos brindó en “El Submarino”, la habitación que utiliza para leer y hacer volar la imaginación.
Don Müller usó algunos ahorros producto de su actividad como comprador y vendedor de lana para construir la galería (con aporte también de un socio) donde después funcionaría Casa de Esquel. Cuenta que todo arranca a fines de los sesenta con una idea clara: la creación de una escuela relacionada al turismo.
En ese espacio de formación, ubicado en pleno centro de la ciudad, trabajó con Juan Carlos Alemán, Lorenzo Wester, el doctor Ripa, entre otros. Historia, comunidad mapuche e inglés, algunas de las materias que se armaron en aquel entonces para los chicos de sexto año. “Hacíamos excursiones y salidas de campo”, asiente.
De esta manera comienza a gestarse este proyecto llamado Casa de Esquel. “Es un recinto con mucha alma”, asegura y dice que el fuerte fueron los libros, artesanías, flechas, jarrones, etc. “El cierre es una gran tristeza que comparto con todos”, señala y explica que a su edad le es imposible hacerse cargo del lugar. “Y Patricia se jubila”, agrega para completar cartón.
“Es una tristeza popular”, afirma mientras mira una de las repisas donde reposan ediciones literarias del Perito Moreno, de quien se confiesa sincero admirador. Comenta que en el local de 25 de Mayo siempre recibió trabajos de productores no sólo de la ciudad sino que también de otros puntos de la Comarca.
No duda a la hora de agradecer a los que colaboraron de una forma u otra a lo largo de estos 48 años de historia pura. Menciona a Lorenzo Wester, “el mejor artesano que pasó por Esquel”. Recuerda como si fuese hoy cuando Lorenzo tallaba en el salón y la gente miraba asombrada desde la vidriera. Los empleados, otra pata fundamental.
“Casa de Esquel deja una huella imborrable”, sostiene, dejando entrever una mezcla de sensaciones: la tristeza por el cierre, el fin de una etapa, y la satisfacción del deber cumplido. “No tengo más que felicitar a todos los que acompañaron”, indica este padre de seis hijos, algunos viviendo en el exterior y Buenos Aires, y otros en la zona.
Don Müller confía que se enamoró de la Patagonia en el 40 cuando arriba en un tren desde Constitución junto a un grupo de boys scout. “Vinimos hasta San Carlos de Bariloche en segunda clase. Nos turnábamos para dormir”, señala entre risas este hombre de raíces alemanas. Sus bisabuelos eran oriundos del país germano.
La charla también viró hacia un momento emotivo: su declaración de ciudadano ejemplar. “Muy lindo fue”, enfatiza y dice que tamaña distinción responde en gran medida a las gestiones que hizo con otros pobladores en el campo de la telefonía y las obras. Con orgullo recuerda la aventura a Bariloche para pedirle al presidente Alfonsín el pavimento de la Ruta 40, desde el Bolsón hasta Esquel.
