El Instituto de Arte Nativo “Ayehuen” fue creado por Mario Baigorria en 1988 y se ha convertido en un lugar de encuentro, formación y rescate de la identidad. La pandemia fue un desafío que supieron superar pero hizo resurgir la necesidad de poner en valor la danza y sus trabajadores. Sueñan con construir su propio salón, presentaron un proyecto al municipio pero aún no recibieron una respuesta.
“Ayehuen”, que significa “lugar de alegría”, empezó a marcar su huella en la ciudad en 1988. Su creador, Mario Baigorria, se formó como profesor de danzas folklóricas en el Conservatorio Fracassi, de Buenos Aires, uno de los grandes institutos a nivel nacional, y fue el encargado de transmitir su pasión y su conocimiento a diferentes generaciones. Sus inicios fueron en lo que era la Dirección de Cultura en ese momento con la convocatoria de armar un grupo estable y luego continuaron camino como grupo independiente.
Con una vasta trayectoria y una rica historia, el Instituto de Arte Nativo cumplió el pasado 30 de abril sus 33 años de vida en un contexto atípico donde fue todo un desafío sostenerse. “Las cuestiones económicas han afectado muchísimo a la familia pero creemos que la danza es un espacio que nos permite liberarnos, sanar y salir de tanta vorágine y de las situaciones que vivimos en casa”, sostuvo Adriana Baigorria, hija de Mario y profesora de “Ayehuen”, en diálogo con La Portada.
La danza implica el encuentro con el otro, el acercamiento, y la pandemia los obligó a reinventarse. La virtualidad fue su principal aliada para no perder clases y también para participar de encuentros internacionales y capacitaciones. “Fue un desafío y un aprendizaje”, admitió Adriana, quien contó que la tecnología les permitió viajar de manera virtual, concursar y seguir perfeccionándose.
En junio del año pasado pudieron retomar la presencialidad pero con una asistencia que va variando de acuerdo a la situación epidemiológica de la ciudad. Hoy se encuentran dando clases a niños a partir de los 5 años hasta adultos en la Sirio Libanesa con grupos reducidos de 9 alumnos y un protocolo que se cumple a rajatabla. Adriana se mostró muy agradecida por el espacio que les brinda la Sirio Libanesa y su comprensión. “Estamos muy cuidados y contenidos”, subrayó.
El Instituto “Ayehuen” ha inculcado valores importantes en toda la comunidad como el amor por la tierra, las raíces y la identidad. “Estoy convencida de que el folklore, según expresan los folklorólogos, es un proceso dinámico, intrínsecamente ligado al ser humano, que se va modificando con el tiempo”, expresó. En este sentido planteó que “para bailar la danza como se vivía en 1820 habría que haber vivido en esa época”, y señaló que “los chicos han ido modificando su forma de ver la danza folklórica, lo cual nos ha llevado a estudiar y ponernos activos respecto de la preparación”.
La profesora de danzas folklóricas sostuvo que “nosotros respetamos nuestras raíces y de hecho tenemos el profesorado donde los chicos aprenden a bailar danza”, y agregó que “yo siempre les hago ver a mis alumnos que en la danza tradicional también decimos cosas”, y citó como ejemplo que “leemos la letra de una huella, una zamba o un pericón, donde se denunciaban situaciones que se vivían en ese momento”.
También destacó que la danza “es una disciplina y una forma de vivir que nos permite ser cada uno de nosotros para después sumarnos a un todo, ser un nosotros y construir desde lo personal, interactuando con el entorno, con géneros y la emoción del otro. Es construir juntos, cada uno con sus partes, su forma de ver y sus ideas”.
Adriana confió que desde el Instituto se trabaja en la disciplina, la constancia y el compromiso. “El camino ha sido largo y se ha construido mucho a nivel danza en Esquel”, afirmó y se mostró orgullosa de los profesores que se formaron dentro de Ayehuen como así también de las personas que han viajado desde otras ciudades para tomar clases.
A diferencia de otras artes, la danza no cuenta con un amparo legal ni un marco regulatorio. La mayoría de los artistas, gestores, docentes, propietarios de salas y espacios independientes son trabajadores en condiciones de informalidad y precarización laboral. “Nos merecemos una ley por nuestros maestros que abrieron la huella, por nosotros que le sumamos recorrido y lucha, y por los niños, futuros bailarines y docentes. No puede ser que una referente mundial como Eleonora Cassano se haya jubilado como ama de casa”, planteó.
En este sentido llamó a romper con la historia de romantizar la danza. “Es un trabajo y somos los responsables de ponerlo en valor. Necesitamos que tenga un amparo legal o un marco regulatorio y que se nos reconozca”, remarcó.
Adriana confió que día a día busca honrar a su padre Mario Baigorria, creador de “Ayehuen”, quien hoy se encuentra un poco alejado de la coordinación pero siempre está presente. También dijo que están incursionando en las danzas originarias regionales. “Estamos en un etapa personal de autoreconocimiento donde estamos indagando la danza tehuelche mapuche, buscamos nuestras raíces y llevamos al escenario lo que se puede llevar porque hablamos de expresiones espirituales muy profundas y rituales. Tratamos de transmitir la sensación espiritual, lo que para nosotros significa, cómo nos conmueve y empezamos a hacernos cargo de nuestra historia regional”, relató.
Con la idea de promover esta danza, presentó hace dos años un proyecto en la Secretaría de Cultura de la Municipalidad de Esquel sobre el rescate de la identidad pero todavía no recibió una respuesta. “Queríamos brindarle a la comunidad la posibilidad de empezar a autoreconocerse y asumir la historia local a través de la danza”, dijo.
Sus 33 años de historia, cultura y danza los motivan a soñar con su propio salón. Presentaron una nota al intendente Sergio Ongarato para que los reciba y ver qué posibilidades hay de comprar un terreno fiscal. Si bien hoy no cuentan con los fondos para hacerlo, tienen pesando pedir un préstamo al Fondo Nacional de las Artes. Sin embargo la falta de una respuesta retrasó sus planes. “Nosotros trabajamos mucho a nivel social, hay chicos que no pueden abonar su cuota y no se les cierran las puertas. También tenemos chicos con problemas de adicciones y niños con discapacidad. Trabajamos con un proyecto inclusivo y estamos trabajando para la recuperación de la identidad”, finalizó.