El pasado martes se conmemoró el Día del Trabajador y más allá de los discursos – con los que se puede acordar mucho o poco en función de la identidad ideológica de quienes los expresen – lo cierto es que fue un día triste porque miles de argentinos ya no cuentan con sus empleos única fuente de ingresos que les permitía sostener a sus familias.
Los trabajadores que aún conservan sus puestos también sintieron esa tristeza difícil de describir porque la precariedad laboral está instalada, porque la incertidumbre de hasta cuándo se conservará el trabajo es ya una constante, porque los Convenios Colectivos de Trabajo se incumplen, porque se percibe el salario en forma escalonada, porque se despide sin valorar antigüedad ni labor realizada y por consiguiente cualquier día de trabajo puede ser el último, porque los trabajadores se convirtieron en números y en este contexto son la variable de ajuste. El “achique” no parece tener fin en el sector público y privado.
Cuando quienes gobiernan sólo piensan en cifras y olvidan que el trabajo es un derecho humano las esperanzas son pocas. A 72 horas de la conmemoración del Día del Trabajador se conoció la noticia que el Gobierno Nacional prevé eliminar el Aguinaldo y los extras del cálculo de las indemnizaciones. Este proyecto deberá ser tratado en el Congreso y la fecha elegida sería durante el transcurso del Mundial de Rusia cuando todos dejen de lado lo verdaderamente importante: el trabajador y sus derechos.
El Día del Trabajador, que con el paso de los años se convirtió en una jornada de festejo y descanso, ha cambiado: no hubo nada que festejar y el descanso dio paso a la reflexión respecto de una realidad que nos golpea a diario y que necesita organización y lucha. Los trabajadores no podemos permitir que vulneren nuestros derechos. De nosotros depende.
