Por Julio Bravo, abogado:
Como sociedad nos discutimos montones de cosas, todos los temas, nos caracteriza. Pero tiempo atrás el debate, la discusión, la disidencia, como también la disputa supo copar todos los escenarios, hasta el más minúsculos de ellos como las mesas familiares y amigos se inundaron de discusiones. Se prefería, inclusive, los excesos de sus términos antes que las restricciones. La lista es larga. Entre ellos ponemos el acento por su sentido colectivo a los reclamos, a las marchas, de todo tipo, muchas para no olvidar, reclamos por justicia que, a veces implicó interrumpir el tránsito, incomodidades siempre necesarias para preservar valores y principios superiores que requieren soluciones porque nos favorecen a todos.
Como pueblo –en el sentido más abarcativo posible- en ese intercambio de ideas, y porque no en esa confrontación demostramos montones de contradicciones pero en otras, las coincidencias, parecen tan inamovibles como innegociables: los Derechos Humanos.
Si bien posteriormente a la segunda guerra mundial muchos países abrigaron una idea humanitaria. Sus primeros efectos versaban en meros instrumentos legales caracterizados por Nelson Mandela como cascaras vacías, por sus nulos efectos, más aún en Argentina. Aunque con la vuelta de la democracia esos principios y valores formales fueron resignificados por la sociedad. La preservación de los Derechos Humanos tomó otro ritmo, cuyo único propósito fue la verdad y la justicia, exigencias propias de la memoria. La vigencia de los Derechos Humanos fue amplificada, ya no solo equivalía a garantizar el derecho a la vida, se le sumó como una realidad, el derecho a una vivienda digna, a condiciones dignas de trabajo, el derecho a la educación y el derecho a la justicia, entre otros. El pueblo ya no se quedaba en silencio. Y los reclamos por mejoras salariales se satisfacían, los reclamos por vivir dignamente también. El riesgo país dejó de ser tapa de diarios, mejoramos el índice de Gini. El involucramiento de la sociedad era notable. Así es que la democracia Argentina abandonó la añeja y cómoda idea de ser sólo un acopio de cascaras vacías para tener como eje al único interesado: el hombre de carne y hueso.
Pero por momentos pensé que lo que supo ser innegociable no lo era tanto, aparecieron las alarmas. Aquellos reeditados intentos de instalar la reconciliación solapando otros intereses. La paz así no se logra, sino con la memoria, al futuro no lo podemos construir sobre millones de cadáveres (Isaiah Berlin). La historia nos exige memoria. Por eso que prefiero las contradicciones que al silencio. La libertad a la limitación. Es importante, por eso, que jamás olvidemos las atrocidades cometidas por la dictadura. Se llevó puesto casi todo, salvo una cosa: la dignidad.
En el último tiempo en la ciudad de Esquel confluyeron en diferentes días pero bajo las mismas circunstancias dos marchas. Pese a las diferencias, existía en ellas algo en común, algo que las conectaba: ambas en diferentes intensidades reclamaron la aparición con vida de Santiago Maldonado.
Cuando muchos refieren que todo está perdido, no es tan así. Evidentemente supimos construirnos y comenzamos a tener núcleos de acuerdos elementales para la vida democrática, por eso es que si bien no podemos estar de acuerdo en todo, para vivir en sociedad en algo tenemos que estar de acuerdo: los Derechos Humanos.
