Del periodista Fabián Galdi para diario La Portada.
Más allá de la clasificación asegurada a Qatar y del partido inconcluso que aún espera resolución de la FIFA, lo cierto es que a La Selección se le aguardaba un duelo frente a una potencia de primer nivel como metro patrón que permitiera evaluar cuál es su respuesta frente a exigencias en modo premium.
Brasil llevó a San Juan el peso de su historia pero también el presente de maduración colectiva que lo eleva rumbo a un futuro por demás venturoso dentro de un año en suelo qatarí.
Argentina despidió este 2021 con un invicto en su paso firme sobre suelo sudamericano, tanto en estas eliminatorias mundialistas como en esa revancha consigo mismo que resultó el Maracanazo en la Copa América.
Tanto en Río como anoche en Estadio Bicentenario, el solo hecho de tener enfrente al máximo adversario a nivel continental y mundial permitió medir cuál es la verdadera dimensión de este equipo – aún en tiempos de ensayo/error aunque con una base ya consolidada e inamovible.
En el argot futbolero, la expresión del hambre de gloria quedó plasmada en un Messi que, aún dando evidentes ventajas físicas, sigue construyéndose espacios libres para mostrarse como receptor y armador de la acción conjunta sea dónde y cuándo fuere – el máximo ejemplo estuvo cerca del final tras haberse sacado de encima a Fred y lanzado bajo frente a un Alisson muy preciso para cerrar el ángulo de tiro -.
Leo cerró un año en progresión ascendente alzando la Copa América en julio y clasificado al Mundial en noviembre, con el sueño intacto de levantar el máximo trofeo en Qatar – seguramente su última Copa del Mundo en plenitud -. Le suma haberse metido definitivamente debajo de la piel del hincha, cortando así las siete cabezas de la Hydra que aún lo separaban del sentimiento popular masivo.
No solamente hay que celebrar que dentro de un año haya tono albiceleste en Doha, sino también que este 2021 haya dejado puntos positivos en todas las líneas: la consolidación de Dibu Martínez como arquero de nivel top, la química entre Cuti Romero y Otamendi como centrales de jerarquía, la confirmación de De Paul como un volante de ida y vuelta que rompe líneas en función ofensiva y la instalación definitiva de Di María cómo un referente indiscutido.
Es cierto, además, que Brasil no presentó a dos referenciales clave como Neymar y Casemiro, pero también que Leo y Paredes asumieron el compromiso dando ventajas en lo físico – ninguno de los dos quiso estar ausente en suelo sanjuanino -.
Argentina fue encontrando una identidad propia aferrada a un modo de interpretar el fútbol con conciencia identitaria grupal. Todos participan de una idea base, sin confusión ni oposición de estilos sino – por el contrario – retroalimentando la relación simétrica entre futbolistas y cuerpo técnico.
A nivel sudamericano se vienen repitiendo producciones convincentes en el campo de juego, pero falta la competencia directa con adversarios europeos calificados como para medir realmente en qué posición se está en la élite a escala planetaria. De ahí que Brasil sirvió como un parámetro exacto para oponer realidades frente a frente.
Aún quedan cuatro compromisos en las eliminatorias que permitirán abrir un campo de prueba para hipotéticas variantes tácticas y con una tan posible como bienvenida rotación de ejecutantes.
La Selección, que supo producir y mantener un estado de enamoramiento con la gente, tendrá frente a sí el mayor de los desafíos: cómo transformar la utopía en una realidad concreta y tangible.
Creer, crear y crecer es la consigna, siempre…
