Marta Rodríguez tiene 55 años y hace seis años que brinda de manera gratuita un taller de corte y confección en el Centro Comunitario del Barrio Ceferino porque quiere devolver un poco de lo que la vida le dio y enseñar un oficio que sirva de salida laboral. Es abierto a niñas, niños, mujeres y hombres de todas las edades. La primera enseñanza es que nada se tira, todo se recicla. Se hacen desde arreglos hasta mantas, pantuflas, bolsos y ropa.
Desde chica su mamá le enseñó que la ropa podía reutilizarse y que con pequeñas cosas se podía hacer mucho. Sólo había que poner la creatividad en marcha y tener ganas de aprender, dos condiciones que a Marta nunca le faltaron. Ella estudió corte y confección para hacerle ropa a sus hijos pero cuando se hicieron grandes no sabía qué hacer con esa vocación y pensó en que debía compartir ese conocimiento. Fue así que decidió iniciar con el taller en el Centro Comunitario del Barrio Ceferino. “Me parecía importante hacerlo para que la gente supiera que no es difícil aprender a coser y que se puede reciclar la ropa que tenemos”, confió Marta Rodríguez en diálogo con La Portada.
Las clases son los miércoles y viernes desde las 15 horas en el Centro Comunitario del Barrio Ceferino. Es gratuito y abierto a toda la comunidad. “Yo no cobro nada por esto, lo doy porque me gusta hacerlo y porque quiero que la gente aprenda y también sepa que se puede salir adelante en esta situación tan difícil que estamos pasando como país”, sostuvo la costurera, quien a su vez tiene un taller en su casa para trabajos personales. Se la puede contactar a su teléfono 2945-500976.
Marta contó que hoy les está haciendo falta una trituradora de telas para poder rellenar muñecos, almohadones y colchones. “Con sólo tener algo de ropa se pueden hacer un montón de cosas. Nada se tira, todo se recicla”, destacó.
En el taller se hacen desde pequeños remiendos hasta mantas, alfombras, bolsos, ropa para perro e individuales con cortinas de baño y vaqueros. Todo sirve y todo es posible. “Con creatividad y ganas se puede salir adelante”, aseguró.
En este sentido Marta recordó que a sus hijos les hacía pantalones y camperas con la ropa de su esposo. “Yo enseño a hacer un cambio de cierre, achicar ropa, remendar, y ya con esto tienen una entrada de dinero. Tengo señoras que están trabajando para ellas en su casa y les digo que ante cualquier duda me llamen así que más de una lo hace cuando se les queman los papeles”, relató entre risas.
Marta junto con Norma, otra vecina, se organizan para comprar las agujas, los hilos y el aceite para las máquinas de coser. Las alumnas cuando pueden también colaboran con materiales. Todo se hace con esfuerzo. “Tengo mujeres de 50 y 60 años. También he tenido niños y niñas. A medida que se van enterando del taller se acercan”, señaló.
En estos años ha sembrado su conocimiento en varias personas. A una joven le enseñó a hacer muñecos y con eso paga su material de estudio. A un niño lo ayudó a hacer ropa para su perro. “Me da satisfacción tener niñas y niños en el taller porque no andan en la calle, tiene su cabeza ocupada y aprenden a hacer cosas que les pueden servir para el día de mañana”, remarcó.
También contó que una señora que empezó hace poco con las clases de corte y confección descubrió que la ropa se reciclaba. “Ella adelgazó mucho y su ropa le quedaba grande entonces pensaba que no tenía arreglo, que la tenía que tirar, y yo le dije que tenía reutilización por donde se la mire así que está muy contenta porque la está achicando”, relató.
Por último, Marta expresó orgullosa que “me da mucha satisfacción ver cómo llegan con un problema y enseñarles que todo tiene solución”.
